
En el abuso de las plantillas escasas de personal, aflora el síndrome del quemado. En el exceso de personal, campa la indolencia y la competitividad neurótica y no efectiva, de: ¡vaya con el compañero! que estoy ocupado. (Siempre hay un compañero, que hace lo que los otros no desean, o no quieren hacer). Pero ahora, toda la mediocridad de los que nunca soñaron, por falta de preparación, tener un puestaco, (un simple salario seguro y prolongado en el tiempo, ya sea por oposición o por contrato indefinido), pues que esta situación del mantenimiento de los dos metros de distancia, les viene que ni pintado. Vagos y hueleculillos de sus superiores, saben que si levantan la mano con el dedo tieso y señalan al cliente, ya sea de su comercio o de la administración, quedan impunes, y les dicen: «¡espérese fuera!», tomándose como prerrogativa el no dejar pasar, aunque como parte de ese público, cumplas con las normas de seguridad y profilaxis, guantes, geles, mascarilla, pues con ese despotismo, ellos se creen con derecho y en pos de la humanidad, aprovechan la tirada. Directamente, con un grito y un desprecio, te sitúan en la puerta del establecimiento; con el gesto de Nerón y así desahogan su mal humor, pues ahora aparcan la educación, el cliente ya no tiene razón, el cliente es supuestamente un basurilla, portador de ese virus asqueroso que está tan de moda. Aunque seas minusválido, no tienes derecho a sentarte, sólo le ves los dientes y el rictus agresivo al empleado/a, que por una vez en su vida se cree en el derecho de tratar mal al público. El funcionario/a te pone a distancia y nadie se quita la mascarilla, pero sí se les ve la verdadera personalidad, porque entra la mascarilla pero sale la careta. ¡Es lo que hay!
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