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BAJO LA LUZ BLANCA DE LA BOMBILLA por Mª Elena Moreno

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Tropecé y en mi pequeño rincón de leer, coser y descansar, se me rompió la bombilla de la lámpara portátil. Comprendí con tristeza, ansiedad y enfado, lo importante que era la luz en ese lugar, como se animaban mis íntimos momentos de felicidad. Desde allí, desde mi rincón, se ve la pantalla del televisor a distancia, me acompaña mi familia y me abrigo en verano con una colcha de fino algodón y en invierno lo mismo, pero con unos confortables calcetines y muchos cojines suaves y antialérgicos, en suma, no conozco nada mejor para reír bajito, llorar alto, hablar sola y a veces rezar. Parece que el pequeño reducto escucha mis plegarias diarias y me irradia la seguridad que necesito para hacer «resumen de pensamiento» frase favorita de mi abuela. Mi estado perfecto es: Los pies calientes, el estómago semilleno, las buenas noticias de seres queridos, y tirar un dado al aire a ver que leo, que contemplo ensimismada, en que pienso y como cargo las pilas para tomar las sabias decisiones donde mi abuela vuelve a tener protagonismo. Ellos, los abuelos son los que pasan más tiempo con nosotros en la niñez y ¡claro! terminamos pensando igual. Por eso es tan importante tener un abuelo/a carismático, experimentado y con el buen humor de la filosofía bien aplicada a la vida diaria. Con mis abuelos aprendí un poco de todo. Una me enseño a barrer y fregar, otro el sentido de la elegancia. De otro heredé su manera de expresarse y de otra el arte culinario. Todos me marcaron y ellos también tenían su rincón de pensar. La una movía la mecedora desde donde se observaba toda la casa y ahí sentada, vio el aterrizaje en la Luna desde un televisor alemán, que trajo mi tío en uno de sus viajes, era en blanco y negro, también escuchaba emocionada el Ave María de Raphael. El otro abuelo fanfarronaba con su despacho de sillones forrados en piel y escudo de armas, desde donde escribía sus artículos en EL DIA, relatando su gran habilidad en el desarrollo de la Colombofilia. Mi otra abuela me enseñó los placeres de los caramelos de malvas y hierbas aromáticas sin desdeñar los de café con leche, su rincón favorito era el armario de su alcoba donde guardaba las golosinas; era el tiempo de veraneos en Guamasa desde donde mis placeres era ver las cometas de colas de trapo y las excursiones a pié por las cunetas hacia la Cruz Chica cerca de Los Rodeos a comprar pastillas de anís, trozos de membrillo y chicles Bazooca (inigualables). El lugar favorito de mi otro abuelo (tuve cuatro como todo el mundo) era la azotea de la casa, donde silbaba como los pájaros y después de su trabajo de profesor y de contable, ejercía el bricolaje obteniendo las mejores jaulas, cajas y casas de muñecas para la delicias de sus hijas. Ahora sé porqué mi rincón es sagrado bajo la luz blanca que he comprado urgentemente, ni una noche en mi refugio sin buena iluminación.

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