
Siempre me gustó dibujar tanto con el carboncillo, lápices de colores y óleos, como con el bolígrafo y hoy en día con el ordenador. Era muy joven cuando asistía al espectáculo que me ofrecía la desvirilización de un sector esnobista, que marcaría el futuro de los hombres de esta sociedad de los siglos XX y XXI. Este tipo de comportamiento se refiere a la pseudoclase alta, que no al hombre auténtico trabajador, con una escala de valores normal, que se comporta acorde con la vida afectiva y familiar de manera correcta, a los cuales admiro. Era yo una adolescente, cuando asistía a contemplar desde cierta distancia, reclinada en una hamaca en la terraza de cierta sociedad, embadurnada de bronceador y en espera de zambullirme en una de las piscinas de manera inmediata. Pues bien, paso a relatar mi primera caricatura. Entraban en el escenario,, unos especímenes de «guapitos» musculados que con movimientos estereotipados, movían sus cortas melenitas de un lado a otro a lo Keanu Rives, daban por hecho que valían un potosí, sólo por estar morenitos y poder acceder a pequeños barcos o lanchas con fuera borda, donde encontrar las insolaciones más nefastas, aquellas que les reblandecían los cerebros. Yo daba por hecho que llevaban los estudios retrasados, algunos se resolvieron tarde, por ser extremadamente mimados por sus madres y otros nunca se llegaron a ganar la vida por sí mismos, sino era por recurrir a mangas y enchufes de todo tipo. Pero lo que me llevó a la amarga sonrisa o a la repugnancia, fue sin duda verlos reunidos llenos de aceite de coco y salitre, buscando desesperadamente a mujeres con kilos de más, en bañador, para reírse de ellas, pronunciando palabras vejatorias, y descarnadamente reincidir en ello día tras día con el mismo objetivo del escarnio reiterativo. Yohhh! ¡Mira esa! Bohhh! Ja, ja, ja….y no digo más porque me asqueo de recordarlo. Años más tarde, uno de ellos se casó después con una jovencita «bombón», llena de cualidades morales y dí por cierto, que él no se la merecía. Cuando la joven dió a luz, se presentó en casa de sus suegros y les espetó:» Vengo a devolverles la niña, pues me ha estafado. ¡Tiene 20 Kilos de más!. Este desprecio y afrenta no incluía que la pobre, que tuvo la mala suerte de encontrar a este petimetre gilí, pudiera someterse a dietas y gimnasios para recuperar la figura, lo que le ocurre a muchas mujeres. Este tipo al que yo hubiera encarcelado, por imbécil crueldad, no le daba a la chica ninguna oportunidad. Nuestra sociedad está cargada de panolis que están infiltrados entre nosotros, como los extraterrrestres en las películas de ciencia ficción. Con apariencia normal, van dejando para la posteridad su información en cromosomas de inteligencia atrofiada y de baja calidad. Y así termina mi caricatura de hoy, espero que les hayan producido al menos una leve sonrisa.
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