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CARTA A MI ABUELA, por María Elena Moreno

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Mi amada abuela María, recuerdo tu expresión de asombro, cuando viendo una de las primeras televisiones llegadas a Canarias, en blanco y negro, de una marca Alemana llamada Blaupunkt, que te trajo uno de tus hijos, en uno de sus viajes, Miguel Ángel, capitán de la marina mercante en su petrolero el «Mermaid», el cual, antes de jubilarse, trajo el Benchijigua de Noruega, quedándose definitivamente en tierra, donde te demostró su cariño filial en tu última década de vida, cuando él te visitaba muy a menudo, pues tu vivías en casa de tu hija Adolfina, mi madre. En ese aparato pudiste contemplar en un telediario, cómo el hombre había llegado a la Luna. Disfrutabas mucho viendo comedias teatrales, que se emitían por la tele, siendo protagonistas los mejores actores de comedia y teatro de esos géneros en España. Tenías un marido, mi buen abuelo, también hermanos y hermanas, cuñados y cuñadas, todos de grandes habilidades y estudios, en una época donde sólo los hombres ejercían gran cantidad de profesiones y estudiaban en las universidades variadas carreras. Aún cuando las mujeres, salvo excepciones, solamente se dedicaban a las tareas del hogar u oficios típicamente femeninos, ya habían mujeres con estudios superiores en tu familia, e incluso educadas en Inglaterra, donde aprendían el inglés. Por eso me imagino que tuvo que ser muy duro para ti, el hecho de que al casarte muy pronto, solo tuvieras estudios elementales, pero sé que te defendías muy bien en la cocina, cosiendo trajes de hombre y de mujer, solamente a tus hijos /hijas, y escribiendo y expresándote muy correctamente, como lo hacían en el centro de la capital de España, Madrid, donde tu naciste. Tu madre enviudó y vino a Canarias, eso sucedió cuando sus hijos fueron destinados a desarrollar El Cable (Luego Correos) en las dos provincias, Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife. Aquí, en Santa Cruz de Tenerife, te casaste con un profesor que poseía tres carreras, soportaste con seis hijos ya nacidos, una guerra civil. Los criaste a todos con estudios y practicando los mejores deportes como natación, en el Real Club Náutico donde mi abuelo Julio, tu marido, estuvo en el acto donde los primeros socios, pusieron allí la primera piedra. Me contaron mis tías abuelas políticas, o sea, casadas con tus hermanos, que ellos, eran buenos maridos y completos caballeros, y también me dijeron que la gente le decía a tu madre que eras la niña más guapa de Madrid, yo tengo tus fotos como un tesoro, y pude comprobar tu perfil de virgen y el color de tus ojos grisáceos, amén de lo que más valoraban cuando te hiciste una mujercita, tu cutis de porcelana. Te perdí cuando tenía catorce años y proclamo a los cuatro vientos, que me diste mucho amor. También recuerdo que me enseñaste a tricotar y a hacer las tareas de la casa, además de heredar tu gusto por la cocina. Si ahora pudieras ver como vivo yo, te desmayarías. Creo que pensarías que era magia, el poder contemplar un ordenador, una tablet o un teléfono móvil. Poner un nombre en un buscador y saber todo sobre personas, lugares, fechas históricas, culturas y adelantos tecnológicos de cualquier parte del mundo. No saldrías de sustos, cuando contemplaras un dron, así llaman a un objeto volante teledirigido a distancia, que va a todas partes sin piloto real. Te quedarías perpleja, si vieras camareros de metal o sea robots) movidos por pilas, y todo tipo de dispositivos con inteligencia artificial, etc. etc. Te caerías redonda al suelo, si vieras como se opera a distancia con sofisticados aparatos como uno que se llama «Da Vinci», o como desde un teléfono móvil puedes hablar viendo la cara de tu interlocutor, aunque esté en Suiza o en Perú. Creo que tu vivías todavía, cuando clonaron a la oveja Dolly, pero ahora han puesto a caminar a un tetrapléjico con un dispositivo interior, que estimula y comunica los nervios de la médula, electrónicamente, con ondas parecidas a un transistor. Que feliz hubieras sido abuela, si en lugar de tu cocina de carbón en los años cuarenta, hubieras tenido un Thermomix que te hubiera ahorrado mucho trabajo. En fin abuela, sé que nos estás protegiendo desde el cielo, porque entraste allí seguro, pues eras buena, sencilla y humilde, rezabas el Rosario y le dabas todo tu dinero a los demás en vida, pero yo heredé de ti el regalo más preciado, tu pequeña Biblia. ¡Hasta siempre abuela!

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