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¡Certezas que no son ciertas! por María Elena Moreno



He conocido a fatuos, ampulosos, narcisistas, ególatras, confusos, pero sin duda los más estúpidos han sido los que han querido enmendarle la plana a Dios. ¡Qué miedo!, ¡qué temor de Dios hay que tener para no equivocarnos! Desde que era adolescente, he conocido al tipo de persona más ridícula que puedas encontrar, ellas, estas personas miraban a su alrededor, y contabilizaban las pertenencias de sus parejas, cuñados/as, primos, padres, abuelos y hasta amigos, de manera que se formaban en su cabeza la idea de que iban a heredar de todos ellos, claro que llegaba Dios y les enviaba un accidente, cáncer o hasta un golpe de calor y ¡adiós! la herencia al traste. Parece que el destino se complace en jugar con los ambiciosos y pretenciosos. Esos que creen que la vida de ellos es mejor que la de los demás. Sin embargo, otros que viven como pajarillos inocentes a los cuales la Divinidad alimenta, con diabetes, escrofulosis, anemia y parkinson, ¡ahí les tienes! dando tumbos hasta los noventa y más. Ya no necesitan nada, apenas conciben pensamientos coherentes, pero ahí están, incluso hasta les toca la lotería y es que, amigos, en nuestros genes está el reloj que marca nuestra despedida y la hora en que nuestro Creador ejecuta la acción y nos lleva con Él. Y tú y yo, que tenemos grandes proyectos, apenas logramos hacer blanco en el hueco redondo de la porcelana del vater. La suerte es para los ungidos, para los que no planean nada, para los que heredan sin haber trabajado en su vida y se ponen la gorra de capitán y se les sube el carguillo, y aún así, viendo todas estas incongruencias, sigo creyendo en la lógica, en mis esfuerzos personales, y en la bondad de Dios que me permita cumplir mis deseos de servirle a Él y a todos los que pueda. A diario veo gente lista con tontos, feas con guapos, ricos con pobres, y mansamente, acepto que para gustos se han hecho colores, lo único cierto es que yo no acierto a encontrar la horma de mi zapato, ni quiero. En mi alacena hay un brebaje que me quita las ganas de vomitar y brindo al cielo mi mejor y cínica sonrisa, te entiendo ¡Señor! te entiendo.

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