
Hoy es día de Navidad, para mí algo muy importante. Me levanté para comprarle cosas a mi madre. En los escasos minutos dentro de la tienda de víveres, entraron varias personas buscando pan, no acordándose que no se amasa en nochebuena y pensé para mí: ¡Cómprese pan de jamón, o paneton o pam-plinas y qué sé yo!. Pero como el pan de cada día no hay nada. La gente pone cara de limón cuando no encuentran lo que buscan. Algunos pierden el perro o el gato, cuando suenan los barriobajeros y tercermundistas petardos y cohetes. En realidad es un desahogo que sustituye la educación y el silencio de los delicados y refinados. Hoy me saludaron los que nunca me dicen nada, pues las copillas de Navidad los deja desinhibidos. Muchas personas se enfadan cuando les regalas, porque no quieren corresponder, y porque nadie acierta con los obsequios de estas fiestas. Antes me quedaba muy constreñida en la cuesta de Enero, ahora sólo le regalo a mi madre y así disfruto más de la Navidad. Cada día me gusta más la decoración alegre de la Navidad. Mi portalito no puede faltar en mi casa. Siempre trato de limpiar las estancias dentro de mi corazón, para que el Niño entre en él. No ofendo para no tener que pedir perdón, pero he perdonado a aquellos que en su día me agraviaron, sólo que mi pecadillo es proyectarles una indiferencia absoluta. En Navidad cocino también para mi madre, nada puede honrarme más. En mi interior sólo me divierte leer un buen libro. Ya, al envejecer de manera consciente y placentera, no me gustan los bailoteos ridículos, el roce de barriga con barriga y la pareja con aliento de ácido alcohol, mezcla de tonos avinagrados con el tufo marisqueño de los berberechos de la ensaladilla. Las mismas caras, los baratos trajes festivos del «quiero y no puedo», los matasuegras y las cornetas desafinadas, las mismas matronas aburridas, torciendo los tacones al ritmo de «próspero año y felicidad». Resbalones de confetti, pérdida masiva de las perlitas del collar, que revientan cuando se agarran unos de otros sin ganas, haciendo el tren de la máxima falta de imaginación, mientras fingen una felicidad absoluta. Lo mejor que recuerdo, el desayuno cerca del Mercado de Nuestra Señora de África, con churros y café con leche. Cada vez se me parecía un poco más, cada Navidad a los toscos y basturros carnavales y siempre repitiendo, internamente, la misma frase: ¡Danzad, danzad malditos! . ¡No me llamen, no me dirijan la palabra!, que yo pasaré el nacimiento de Jesús, en paz, con fervor, cuidando a mi madre, disfrutando de las lucecitas del árbol, mirando postales de la navidad antigua, y contemplando los belenes más bonitos del mundo.
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