
Cada vez que ocurre un desgarrador accidente, nos manifestamos con un dolor insoportable. Todos tenemos empatía, pues los que no somos padres, tenemos hermanos, pareja y cuando amamos sabemos lo que es una pérdida y quedamos desolados. Inmediatamente buscamos la culpabilidad, en una sociedad que se pronuncia sobre qué estamos haciendo mal. Si reflexionamos un poco, a menor escala, somos todos culpables. La tibieza, la falta de responsabilidad, el egoísmo, la frivolidad, las malas costumbres, la deslealtad, son comportamientos que bailan a nuestro alrededor con más o menos frivolidad. Cuando lo pusilánime dirige nuestras vidas, sin intervenir a tiempo y corregir nuestros defectos, sin saberlo, podemos erigirnos en malos jueces del entorno que nos rodea. La falta de espiritualidad, el desorden afectivo, las sustancias tóxicas y la ausencia de una disciplina aplicada con amor y pedagogía, hace que la mala crianza hacia nuestros hijos, nos fabrique una venda de justificaciones de los malos ejemplos que podemos dar a menudo, cuando le racaneamos tiempo, vigilancia y entrega a las personitas que se están formando. La irresponsabilidad se paga muy cara. Los productos monstruosos que podemos fabricar, son directamente proporcionales a la falta de sacrificio si no anteponemos nuestra sensualidad y bienestar a la dedicación plena que le debemos a nuestra prole. ¿Quién dijo que criar, reconducir y enderezar el arbolito torcido fuera tarea fácil? Es igual a: «que tire la primera piedra el que esté libre de pecado..» Cuando elegiste ir a la peluquería, comprar en las tiendas durante horas interminables, ir a todos los partidos de futbol o darte los máximos placeres en lugar de dar compañía, instrucción y cariño a tus hijos, pensemos en la suerte que nos acompaña si no hemos fabricado un monstruo. No podemos juzgar, ni apedrear, según manifiesta la plebe desaforada cuando desahoga su agresividad y frustración, en lugar de poner los medios para mejorar la educación, la sanidad y los derechos de todos donde los más desprotegidos son los menores. Lo más fácil es salir a la plazoleta a silenciar por un minuto la hipocresía de nuestra acomodaticia sociedad. Si podemos hacer algo, hagámoslo de verdad, cambiemos de verdad, seamos rectos de verdad.
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