
A veces el tiempo va entretejiendo sentimientos que nos traicionan y se vuelven en nuestra contra. Acude entonces la música sanadora del alma, del viento y ese reloj que suena. Se suman las experiencias como legado de vidas que ya no están…Entra por las ventanas de nuestras pupilas la claridad de todas las culturas. Llega el invierno y comenzamos el baile sobre las piedras del desencanto. Mientras tengamos un inusitado presente, podemos proyectar los cielos de nuestro interior, es bueno imaginar todas las bóvedas y todos los atisbos de nuestro futuro. Cruzar el umbral de lo imposible, como un delfín en el océano del tiempo. A veces quedamos en la intenperie, en medio de hojas secas y piedras pulidas por las tempestades. Llorándole a los astros, bajo el seno del viento, acurrucados, hacia un viaje al infinito desolado. No hay milagros, sino actos de misterios que nos incitan al amor. Luego el polvo y el silencio. Queremos huir pero no podemos… Tantos días de encuentros sirven para contar los pasos que nos impulsan, los suspiros en el aire, silencian después nuestro cansado ánimo. Seguimos ese rostro de estrella, pacífico mar, farola eterna, luz de oro, tibio rayo y flor azul. Movemos nuestros dedos reclusos, que instruyen en el arte para asomar ante el espíritu eterno. En el castillo tenebroso de nuestros ojos hundidos, lanzamos el sable frío y doloroso de nuestras miradas, como punzantes azotes que alejan los tormentos. Ya la nostalgia, remedia e infunde sueños, recoge fuerzas, te transporta con ellos, a donde va soñadora la cabeza…Donde duermen tibios huesos, y palpita vivamente el pecho de ese cuerpo codiciado por el ansia del amor. Son vanas las ilusiones de vivir eternamente, para mostrar emociones, que bullen solo en nuestras mentes, y nunca cobrarán forma, pues afuera morirían, víctimas de la maleza. Son malas horas la ciudad está vacía, está muerta. Incesante miro al cielo que me diste un día, halo de misterio. Presentir tu yo, vertido en el inmenso mar de la existencia. No fue casualidad que las flores encendieran su color en tu camino, y que el sol alegrara tu semblante, e iluminados con tu frente, los árboles se mecieran a tu paso. No fue casualidad que la ciudad viviera siempre en primavera, cobrando vida, ¡hasta el triste gris de las aceras.!
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