
Desde la cucaracha de agua, pasando por los dinosaurios, pitecantropus, cromañones de ayer y los sapiens de hoy, Dios trabaja sin prisa pero sin pausa, con velocidad uniformemente acelerada. Mis amigos y yo hemos descubierto un pecado nuevo y es: Maltratar, despreciar, obstaculizar y no valorar el trabajo del Creador. Con esta teoría le echamos la culpa, de lo que pasa en el mundo entero, a los que de manera consciente o inconsciente, adoptamos posturas contaminantes y que atentan a nuestra salud y a la salud del planeta. Podríamos irresponsablemente, echar a perder y desviar los perfectos proyectos evolutivos de la mente que todo lo creó. Los vicios, reiterados e intensos, son capaces de mutar la genética. La degeneración de la naturaleza por atropellos de la mano humana, envenenan y destruyen los ecosistemas, interviniendo en la desaparición de zonas de confort de lo que podrían ser un paraíso para el hombre. Sofisticados tratamientos de los alimentos y su conservación, el fraude de las materias primas y la carestía de las mismas, rompen la cadena de alimentaria necesaria y saludable y lo que es peor, la codicia de un cuarto de mundo, no deja comer a las otras tres cuartas partes. Dios sigue trabajando, a veces, enfadado, hace borrones y cuenta nueva. Se cargó al Velociraptor y al Tiranosaurius Rex, con el fuego y con el hielo. Le dió el stop al Megalodón, tres cuartos de lo mismo. Los hombres más malos se matan entre ellos, y poco a poco, se va extinguiendo la agresividad asesina. Sin embargo, Dios está sudando ahora, porque se le está escapando de las manos los virus, los mosquitos, el afán del laboratorio desquiciado con el correspondiente escapismo de los «coronas». También está preocupado en el control de las grandes catástrofes y de momento no nos está dejando relacionarnos con los seres de otros planetas. ¡Quién entiende al Señor! Seguirá «escribiendo derecho en renglones torcidos», pues sí, porque sus «caminos son inescrutables».
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