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EL ABOMINABLE NÚMERO 5 Por ÁFRICA BARBAS (que parece que no...

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El abominable número 5. No me refiero a ese cinco ganado en unas calificaciones, con esmero o al número matemático de incalculable valor conceptual. Me refiero a ese punto promedio que algunos infelices crearon y que siguen utilizando a veces de manera ridícula, aplicando un metraje inútil de valor numérico a cualquier causa cualitativa. Nos empeñamos en ponerle un número a la inteligencia (demostrado ya ser ridículo), puntuamos las aptitudes, el amor, el talento, la valía personal…. y así nos creemos más listos y empoderados. Y son esos, los infelices, débiles mentales que aplican con afán y esmero la tiranía del punto medio a todos los ámbitos de la vida. El profesorado desalmado que ignora al buen estudiante e invisibiliza al mejor estudiante, por no romper el orden del promedio de sus mediocres y acomodaticios alumnos. Aquel gobernante que se rodea de las mentes más insignificantes y menos iluminadas por si acaso fueran a hacerle sombra a su pobre proyecto de verborrea infinita de escasa forma y aún menos fondo. Ese cobarde que se suma al bullying cruel y salvaje hacia alguno de sus pares, o peor, el que inicia una “quema de brujas” para convertir a alguien que desea hacer algo significativo, en un vulgar “cabeza de turco” que expíe todos sus pecados como “gran sacerdote” o “gran papisa” (nótese el desprecio”de la más repodrida y acabada mediocridad, dicho esto, con el mayor repodrido cinismo, por si hiciera falta aclaración). Y el broche de oro, en esta pestilente secta de monos despistados, negados a evolucionar, se lo lleva aquel, que por no querer, no quiere desarrollar ni el más mínimo ápice de civismo, educación o mínimas buenas maneras, por aquello de que si todos lo hacemos mal, uno más no se notará. Este insípido ser al que la comunicación profunda y la inteligencia emocional, le parece un esfuerzo tan penoso, le suena tan a chino, que prefiere pasar el resto de su existencia, sólo como objeto decorativo, cuidando únicamente las formas de su apariencia física. Pero ¡qué penosos y aburridos, por dios!. Ahora, eso sí, yo me canto una oda a mi misma, en mi silencio elaborado, y confieso que se me eriza la piel de placer, exhumo un sudor poderoso embriagado de victoria, cada vez que con un rápido quiebro de trayectoria, una aceleración brusca en la velocidad, o simplemente (no voy a mentir) poniendo cara de tonta que busca algo allá perdido en alguna parte, esquivo hábilmente la compañía o conversación de alguno de estos insufribles pervertidos del punto medio. ¡Que se vayan a ofender a otro con tanta pobreza de espíritu y tanta miseria que yo me quedo escuchando a aquellos que oyen porque oídos tienen!.

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