
Eso, el beso, es el título de un poema que tengo traspapelado. El poema en sí, trata de un amor sin condiciones al Supremo, con el que también me enfado, más que nada, porque en la creación evolutiva, que dio a la formación del ser humano, se olvidó de darnos un carácter, casi eterno, como el que le propició a las estrellas. En suma, llevo contemplando el mismo escenario de las dos Osas, la Mayor y la Menor, la Cruz del Sur y las más cercanas constelaciones y ahí va, que en lo monótono de la bóveda celestial, no me hallo incluido, y estoy resentido por lo ínfimo de mi existencia, que hasta una piedra va a durar un montón de millones de días y lo mismo pasará con sus años. Hasta las estrellas fugaces, pues sólo lo son, cuando pasan a toda velocidad ante nuestra ingenua mirada. Y esta noche, cuando el viento cesó y el polvo en suspensión se fue a la puñeta, miré el nítido cielo y me volvió el complejo de inferioridad. Hoy no te doy el beso ¡Señor!, pues estoy enojado, aunque busque el poema pasional que una vez leí en una radio, y que la locutora abrió la boca y casi le entra una mosca, creo, que porque pensó, que querer darle un beso en la boca a Dios, sonaba un poco irreverente. Y claro, después de ese beso tan pretencioso, pues me parece que dárselo a una persona, me lo pienso un poco, me he vuelto tacaño y solo lo doy en muy contadas ocasiones y a la persona más privilegiada, ¡mejorando los presentes!.
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