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EL EXTRAÑO Y SIN EMBARGO FRECUENTE CASO DE FIDELINA por PINO...

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EL EXTRAÑO Y SIN EMBARGO FRECUENTE CASO DE FIDELINA El panteón del antepasado cuyo apellido ya ni coincidía, pero cierto es que llegaba por línea directa a Fidelina Carel, de los Carel con asterisco, era una construcción barroca con ángeles y capilla, unas escaleras hacia abajo (por supuesto) daban a una estancia grande, enorme, con mármol de carrara igualmente con ángeles que custodiaban el sueño último, en féretros hacia lo largo que exhibían maderas nobles ribeteadas de plata con epitafios bastante curiosos: “Yace aquí él, Federico Castro Amargor-Amargor, que no otro” o “Aquí descansa Idelfonso Amargor-Amargor Lentú” “Vete o me levanto”. El panteón estaba en el antiguo cementerio que se cerró cuando Fidelina, era una adolescente. Fidelina Carel, hacía siete años que había enterrado a su padre en el cementerio municipal, en el nicho nº21, fila 5ª, zona 4 de el patio Nuestra Señora de El Socorro, alquilado por siete años que pasaron volando, ahora le reclamaban la prórroga o compra del citado nicho o la gavetilla para los restos que era más barata. Si en el plazo de diez días no había contestación pasaría al Osario General. A Fidelina, la arruinaron las contribuciones e impuestos con los que a la pobre anciana la crucificaron, hasta el punto de llegar a la vejez pobre y eso que en su familia hubo filántropos de los de verdad, de los que donan y dan sin poner placa ni cacareo ni reclamo. Tenía Fidelina, una de sus casas patrimonio de primer orden con un inquilino de renta antigua que vivía muy bien, esa fue una de las primeras casas embargadas, imposible mantener caserón de primer orden y familia ajena. Fidelina, última superviviente de una estirpe acaudalada, malvivía con la pensión no contributiva que se le iba en farmacia y luz, en una habitación de la que fuera un día una de sus casas, condición que puso para malvender este último inmueble. La triste verdad es que no tenía dinero para la prórroga de un año, su padre al igual que ella, irían al Osario General, sin misa ni esquela, ni amigos que pudieran dar una oración. Siempre fue delgada pero en la última década de su existencia cargaba huesos, comía no se sabe dónde, hay quien afirma que comulgaba demasiadas veces al día, pero ya se sabe como es la gente a la hora de soltar chisme. Su rutina, ir a la iglesia, luego al parque hasta tachar el día. A Roberto Sellar, un lugareño que la tuvo en gran estima, cuando la encontraba en el parque charlaban “de cosas bonitas que hay muchas por ahí,- exigía ella-, desgracias, ninguna”. Al terminar la conversación Fidelina, a modo de premio le daba el bolso para que buscara en el monedero un dinerillo, “para que te compres un helado”. Roberto Sellar, que tenía sesenta años, se sentía un chiquillo con eso del helado, declinaba la invitación con tacto, en un monedero que no hacía honor a su nombre. La habitación de Fidelina, era austera, con una cama de muelles vencidos por aguantar años y un colchón desfondado, una silla y un crucifijo. Un diminuto servicio sin baño, con un lavabo donde se humedecía ayudada de una toalla que enjabonaba y aclaraba. Por la costumbre de la penuria olvidó que mucho tiempo atrás gozara de acomodo. Tener…, tenía salud, lo que hizo que llegara a los noventa años, edad de su óbito. Roberto Sellar, se enteró mucho después de fallecida que sus restos habían ido al Osario General – Lástima que no pudo poner epitafio tan dado en su familia,- comentó afligido. – Bueno…, epitafio sí puso,- habló el sepulturero,- la encontraron en su cama, con un cartel que le llevó tiempo hacerlo, lo digo por las pinturas preciosas y los adornos con que engalanó el cartón tan fuertemente agarrado con las manos que costó quitarlo. “Hasta aquí llegó Fidelina Carel Solo, debajo su fecha de nacimiento, a la de su muerte le faltaba el último número. En letras barrocas y como epitafio: “Pobre, por la Gracia del Hombre”. El actual dueño de la casa, no sabía que hacer con el cartón y me lo dio para lo que creyera oportuno…, no quería saber más de la vieja que casi lo entierra, ¡mira que vivió años! – Y digo yo, ¿a qué se refería “por la Gracia del Hombre”? – Tú eres bobo o qué…, – impresionado el sepulturero, por algunos terminares-. ¡Le quitaron todo, bueno… como a muchos… , qué digo muchos, muchísimos!,- con el dedo índice de la mano diestra señalando a la derecha como si tuviera a la difunta enfrente, al tiempo que con la mano zurda describía una hipérbole desde el centro hacia la izquierda, para abarcar una multitud,- de todas las procedencias ¡al osario! , por falta de cuartos. Y bueno… a lo que íbamos, así pasó con Fidelina, no como lo cuentan por ahí. Pino Naranjo

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