Estaba sentado y observaba como iban llegando los invitados. Tenía ciertas referencias, pues conocía a algunos de ellos, que si éste estaba enfermo, que si el otro era un saltimbanqui guaperas, ahora entraba un botarate, luego un matrimonio distanciado por parte de ella. Un marido en la inopia, un profesional trilero, anciano y manipulador, una mujer en babia, y allí estaba él, que por desconocimiento se sintió bien recibido, nadie le molestaba, retirado, acariciaba al perro de los dueños de la casa. Se sirvieron infusiones exóticas y nada más, pues nadie fue avisado para llevar comida, eso sí, se hicieron diferentes juegos y se respiró oxigeno bajo los árboles, y se recibieron los acariciantes rayos de sol en el declinar de la tarde cansina del verano. Casi todos existían relajados allí. El psicólogo pensó que iba conociéndolos un poco por sus preguntas y sus aniñados comportamientos. Estaba llegando a la conclusión de que aquella reunión a pesar de todo era saludable, se respiraba inocencia. Este amigo de la mente humana, había estado en todo tipo de comidas de trabajo, con presidentes, asesores, empresarios, artistas, vendedores, etc. Y todos parecían agitarse, unos con miradas al bies, otros con sonrisas y actitud sardónicas, otras con preguntas indiscretas y pose petulante, en fin que todos aquellos petimetres con titulación académica o casi, expandían energías tóxicas y estresantes a un tiempo. Frustración, oportunismo, insatisfacción, todo se respiraba en aquellos ambientes de canapés exquisitos y copas burbujeantes. El psicólogo, era el único que se movía silencioso y con una mueca de aceptabilidad, se diría que con bondadosa comprensión. El sabía que pasar el rato no era implicarse, que no debía elegir, que no debía mezclarse con nadie, que los mirlos blancos son escasos y se dirigió solo, nuevamente a sentarse en el sillón de su salón previo al dormitorio donde soñaba con ser más conocedor y eficaz cada día.
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