
El viejo sigue calzándose a su vieja, y la vieja lo cuida a él y él cuida a su vieja. Superó el viejo su etapa de conquistador desconsolado, superó las ganas de descubrir lo nuevo, cuando intuía sin meter la pata, que no encontraría algo mejor. Se compró el coche amarillo de los menopáusicos, mas no hizo el ridículo cuando sus patas de gallo eran como surcos arados para plantar… El viejo enfermó varias veces pero ahí estaba su vieja. Y él devolvió el amor recibido de manera incondicional, ella era la persona que vibraba en la misma onda, era su otra mitad. Le escribió poemas, la abrazaba tiernamente, la conocía, la comprendía. Aprendió a vivir con su mirada, con su corazón que latía por él…El viejo nunca causó hilaridad, pero sí reía cuando pelones descascarillados intentaban olvidar una joven putilla de la noche…Una buscavidas inútil e interesada. El viejo enamorado de su mujer, se reía de los que reincidían en uno y otro matrimonio, pues sin saber amar, seguirían perdidos en el túnel de los tiempos. Nuestro viejo, el hombre maduro y capacitado para el amor, era querido por su prole, pues entendió sin aprenderlo, cómo saber actuar según su dios interior le indicaba, y emprendió el sacrificio paternal y era querido, continuaba riendo, cuando sus amigos borrachos lloraban en su hombro las amarguras del despecho y el abandono… El viejo era uno de un millón y se calzó a su vieja, compartiendo con ella la sinceridad, el respeto y el amor.
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