
Es cuestión de grado querida amiga, aunque tú me insultes y me llames pendejo, es tal el cariño que te profeso, que nunca me enfadaré contigo, pues la balanza de vivencias afines, es de tal magnitud y los bellos recuerdos en la amistad son tan enormes, que nunca, nunca, me apartaré de tu alma. Sin embargo he sido frío, hielo y aunque quiera derretirlo, hay senderos por los que nunca regresaré, sí, es verdad, que cuando nos hieren tanto que no nos lo podemos creer y lloramos mucho y queremos casi morirnos, a lo único que atino es a sonreir verazmente y con la alegría, que da la certeza de saber que nunca volveremos a tropezar con el cretino /a, que sin pensar, ni vislumbrar nada a largo plazo de lo que podría ocurrir, sacó el dardo tan envenenado que le aplicamos el grado diez (el máximo) de la crueldad proyectada en nuestro corazón. Así es que como dice el dicho: » La segunda vez que me engañes la culpa es mía» También se puede aplicar el grado once, para catalogar como hizo Quevedo de «gilí de muchos kilates», a aquél que nos subvaloró en extremo, indicando tener muy pocas luces el pobrecillo/a, o en los inicios de su vida, fabricó un andamiaje en la educación y la cultura que deja mucho que desear. Sí hay caminos que no vuelven a recorrerse querida amiga y ese no es tu caso, contigo iría al fin del mundo. Y aunque los cuento con los dedos de una mano, amo a todos mis buenos amigos/as.
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