
Estamos abrumados con las noticias diarias de la violencia de género. A toda costa queremos poner nuestro grano de arena de manera individual y colectiva. Partidas presupuestarias del Estado, Servicios Sociales de las comunidades autónomas, trabajo de las fuerzas del orden, justicia. Todo un entramado de represión y alejamiento de los maltratadores y la reparación de los daños causados. Psicólogos, psiquiatras, servicio médico, casas de acogida, etc. Nada se dice del origen del problema. El maltratador y el violento, nacen en una familia a veces mal configurada, o estable en otros casos. Las frustraciones nacidas en el hogar, las deficiencias en la educación, como el exceso de contemplaciones y la falta de orden y disciplina, no son faltas graves si las comparamos con la falta de tiempo dedicado a los niños, por los progenitores, sujetos directos de la formación de un individuo. La falta de padres amantísimos, el profesorado irresponsable, las asfixiantes ataduras sociales, el sentimiento de culpa ante la hipocresía del entramado religioso, la involución de nuestra sociedad hacia la carencia de valores culturales, espirituales e ideológicos, a los cuales hay que añadir otras deficiencias y desigualdades, que son todos juntos, la otra cara de la moneda. El color violeta, los minutos de silencio, la propaganda morbosa de las muertes inútiles, son la fachada de un problema que no se está atacando desde la raíz. Seamos solidarios con la erradicación de la violencia en todos los términos, acabemos con el narcisismo, la frivolidad, el desprecio y la ineficacia. Centrémonos en la base del problema, el cual crece cada día, pues se tambalean las bases económicas y morales de nuestra tibia y consentidora sociedad.
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