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LA CASA DE LOS TÁRTAGOS por Mª Elena Moreno

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La casa era blanca, muy pequeña, no tenía jardín, pero medraban alrededor de ella numerosos Tártagos, que recibían en sus ramas la luz del Sol y el rocío de los mejores amaneceres del Valle del Golfo. En ellos, se posaban mirlos, capirotes, alguna mensajera que aparecía sedienta y anillada para beber el agua rebosante de la manguera alojada en el muro de piedra. Desde la pequeña casita, enclavada cerca de los matorrales donde se divisaba el mar, con sus rocas parecidas de lejos a negros vigilantes, como Bimbaches inmóviles de piedra rocosa rodeados de festones de agua y sal. Desde ella, desde sus verdes ventanas, se divisaban las gaviotas que se posaban en los cercados, cuando misteriosamente, decidían que no estaba bueno el oleaje y se comían grandes insectos y algunos desperdicios orgánicos, compitiendo con los cernícalos que vigilaban algún pollo y ratoncillos inocentes.La Casa de los Tártagos, también se mostraba bajo la luna, cuando las sombras de las grandes y bellas hojas de este oleaginoso arbusto, reflejaban sus sombras chinescas sobre el pequeño camino, convertido en diminuta carretera tranquila y sin salida. La vida nocturna sorprendía con el vuelo bajo de los pequeños murciélagos que salían a comer los mosquitos y palomillas de la noche veraniega. Desde la Casa de los Tártagos, se divisaba una pareja de garzas, volando a pleno sol de mediodía. Y ¡de pronto! una colonia de tórtolas, empezaron a visitar sus ramas, cuando resurgían sus hojas caducas al final del otoño. La Casa de los Tártagos, era testiga de los solsticios más bellos, cuando aparecía el plateado astro lunar, avanzando en su recorrido bajo las nubes de la alta montaña, en las fugas de Gorreta. Era esta casa, el punto de expectación de un risco majestuoso lleno de vida, cuna de lagartos gigantes y plantas autóctonas. Los habitantes de la pequeña vivienda albergaban algún felino, el cual llegaba hambriento de las huertas aledañas y se oían ladridos de canes, interrumpiendo el silencio de las tardes cansinas que se tornaban alegres, cuando algún aullido imperioso, le daba la bienvenida al ruido del motor de los coches conducidos por sus amos, cuando retornaban a casa, después de una larga jornada laboral. Pero lo más importante del bullicio de aquel hogar, era que allí existía el más preciado refugio, de unas personas que se hacinaban respetuosamente en armonía, pues convivían en un pequeño habitáculo sin pretensiones, pero todos ellos poseían en su corazón, las grandes llamas del amor y la concordia. En aquella casita rodeada de Tártagos, se oían explotar como disparos, las semillas escondidas en pequeñas cápsulas, como diminutas minas protegidas con sus picos verdes al explosionar de sus ramas, y negras cuando estaban cercanas a la expulsión violenta y ruidosa de los granos, ya maduros, que guardan abundante aceite. Los Tártagos, arbustos que solían arrancarse con indiferencia, vivían con tal vitalidad en aquel paraje que los visitantes preguntaban si podían llevarse alguno de ellos pues quedaban enamorados de la belleza de sus hojas gigantescas de exotismo sin igual. Hubo en la Casa de los Tártagos, celebraciones íntimas, llegó internet, se fraguaron proyectos dentro de sus paredes, hubo amor, apoyo y compenetración, hubo risas y llantos de pena unas veces y de felicidad otras. En la Casa de los Tártagos, se originaron recibimientos y despedidas, alguna al cielo, pero sobre todo la mano que teclea esta pequeña historia puede atestiguar, que la intensa relación de amor, superación, comprensión y calor de la familia que la habitaba, jamás podrá ser comprendida por mente alguna, jamás se podrá suponer la escalada de sacrificios y superación que allí llegó impregnar estas vidas, y nunca nadie, podrá comprender el calor y la infinitud de sus afectos. Hoy la Casa de los Tártagos, vive en el recuerdo de todos sus moradores, sin poder separar lo real, entre su pasado y su presente; sin poder fragmentar lo vivido de lo relatado, sin poder desenlazar el presente con el futuro de unas almas que intensificaron sus vivencias, bajo la sombra de las ramas que como corchos, pero de copas vivas de verde intenso, los llamados Tártagos, marcaron el entorno natural de estos moradores, los cuales sólo desaparecieron, cuando las personas que allí vivieron durante dos décadas, partieron hacia otro lugar.

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