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La caída del dios. Por Mª Elena Moreno

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Yo, que me hubiera arrastrado por el desierto del Sáhara, sin agua ni tortilla española. Yo, que me hubiera ido al Polo Sur, a agonizar en medio del hielo por ti…Y ¡que poco! te valoraron los buitres que se nutrían de la genialidad de tu mente poderosa, viviendo de ti, parasitando de tí, sólo porque los necesitabas, porque deseabas el calor humano de un beso… Y ¡yo!, que me hubiera subido a la nave espacial de tus sentidos, percusores de los mejores ritmos, allá en el paraíso, dispuesta a explotar contigo al paso de un cometa. Yo, llena de dolor, asisto a tu decrepitud, a la inutilidad de tus miembros, a tu rictus de desencanto, a tu impotencia. Rota de dolor, promulgo que se me negó en esta tierra conocer a los más grandes. Vivir de la ilusión de escucharte una y otra vez. Pasando mis edades, las mejores, soñando contigo. Ahora, me conformaría con llevar tu silla de ruedas, incluso llevaría tu urinario, cosa que ya he echo con mis seres más queridos, secaría tus babas con mi pañuelo, pero ni eso, en la distancia ni siquiera eso. Yo, que hubiera sido feliz con sólo una mirada tuya, porque no aspiraba sino a seguir la huella del sudor de tus sienes, aquí estoy, sorbiendo del caudal de la cáscada de la imaginación. Me duele tu crepúsculo como me duele el mío, pero doy gracias por haberte conocido y oído a ti, genio del humor, de la interpretación y de la música, aunque fuera, por la reproducción de tus frutos comercializados desde la gramola y el vinilo hasta las imágenes del celuloide volcado en el netflix de la actualidad. Porque en la caída de los dioses pequeños, es cuando más valoro el brillo de sus años de creatividad y brillantez. Y mi consuelo, es que a través del milagro de todos vuestros talentos, sé que hay un Dios, con mayúsculas, que sigue creando y recreándo, y que igual que mis neuronas registran la memoria, Él, en su divindad, guarda la impronta de todos los evolucionados, en el archivo de los cuarzos eternos, a donde va la genialidad más absoluta, a reunirse con El Creador, el único que no tiene ocaso.

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