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LA GENERACIÓN DE LOS JÓVENES,Y LA CLÍNICA DE LA CANDELARIA, por...

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¿Quién no ha sido operado alguna vez?. Recibimos la bendición de Dios, que son los buenos médicos. En la semipenumbra de mi habitación y adormilada por los calmantes, me levantaban las muñecas para encontrarme las vías, limpiármelas e introducir en ellas: sueros, glucosas, potasios, antibióticos, alimento en vena, protectores, etc. etc. Eran jóvenes y eficientes enfermeras, todas guapas y con delicadeza de trato hacia los enfermos. Cuando alguna de ellas fallaba en la búsqueda de los conducto sanguíneos, llamaba a la compañera, aún ante el riesgo de quedar mal, pero lo más importante es el paciente, me decían. De madrugada se cambiaba el turno, y sus alegres pasos y sus cantarinas voces, alegraban mis primeros contactos con la luz del sol, que asomaba por las ventanas herméticas de la habitación que me habían asignado. Más tarde después de la ducha y el desayuno, aparecían los cirujanos a la revisión diaria de los recién operados; llevaban en sus rostros el carisma de la naturalidad, el aplomo y la sapiencia de los profesionales con muchas horas de estudio, prácticas agotadoras y prolongadas vigilias. El resultado, salvar vidas o en todo caso prolongarlas, dándoles la calidad que cualquier ser humano se merece en el siglo XXI. A todos les pedí un autógrafo, desde la celadora diciéndome que deslizaba mi silla de ruedas con cariño, para bajar en los potentes ascensores que conducían a rayos X, hasta las carismáticas y benditas cirujanas/os, que me devolvieron el bienestar y la esperanza. No faltó quien me cuidara, a los pies de mi cama, como lo hubiera hecho el mismo Jesucristo y así sé que Él estaba allí conmigo. Hubo llamadas telefónicas desde fuera y desde lejos, y les tomé cariño incluso a los visitantes de mis compañeras de habitación, los cuales eran especiales por su bondad y su simpatía. Siempre me jacté de mi desprecio por las enfermedades y de mi ignorada salud de hierro, pero la vida es así, un día me tenía que tocar. Cambié de golpe la sensualidad que sentía por las cosas que me daban placer en la vida, por las sensaciones que da la guata mojada en alcohol, y el sentimiento masoquista que da, verte estigmatizada por todas partes, y experimentando la vida en un puritísimo dolor, el cual te hace testificar, que aún lo soportas todo, porque tienes ganas de vivir. A todos ellos mi agradecimiento y mi amor, pues no omito que fue Dios quien los puso en mi camino. Desde aquí menciono a mi familia, en especial a mi hija, la cual se ocupó de mis cosas con todas sus fuerzas, para darme la tranquilidad que yo necesitaba, más la felicidad de tenerlo todo bajo control. Menciono al Jesucristo señalado en los renglones anteriores, aunque él mismo sabe que me estoy refiriendo a él, y que de no ser por sus atenciones «dentro y fuera» de la clínica, pues lo hubiera pasado canutas.

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