
No importan las opiniones de aquellos que creen dominar las coordenadas del pensamiento mismo. No importa que premisas individuales, les hayan llevado a pronunciarse hacia ésta o aquella ideología. Tampoco tiene importancia lo que se oye entre «expertos» y profetas encorbatados, a las 9 de la mañana y vestiditos de blanco y tenis relucientes en el frontón a las 6 de la tarde. Nada le importa esto a la hegemonía de los pueblos. El ama de casa en babuchas, la abuela de los rizos grisáceos, la niña universitaria o el panadero, ignoran todo este trasmundo, y qué más les da. Ellos votan, y en su voto se decide la unánime mayoría del recuento final. Lo decidieron ellos, los mirados de reojo con cierta indiferencia, y quizás algún atisbo disimulado de desprecio. Los que parecen olvidados y de pronto ¡zas! Votan, y su voto, es igual de importante que el del «informado» o del avezado en charlatanerías. Igual de importante es el voto del que no dice ni palabra, que, el del que habla en público venerando líderes, que señalen este u otro camino. Igual de importante es el voto de los «no» titulados, pero que tienen un D.N.I. requisito indispensable para poder actuar como votante. Ellos madrugan voluntariamente con orgullo en las mesas que les contienen en sus listas de ciudadanos. De nada sirven las palabras de reproche, y está fuera de lugar, hacerse el sorprendido. Enarbolar la ceja, es sin duda un signo de no estar de acuerdo con los resultados de las grandes mayorías. Quitemos ese signo de mal gusto. Respetemos al resto de la humanidad sin emitir sonidos. Me gustan los electores con corazón, el elector convencido, el anónimo, el que nadie manipula porque no se relaciona con ningún comecocos verborreico. Me gusta ver votar al despistado, al desperrado, al inocente, al que incluso no es consciente de que está afeitado de toda ideología y no lo sabe. Disponerse a ir hacia la urna, conlleva lucir el grano de la cara, esparcir el olor de los malos cosméticos, no importa cómo vayas vestido, la urna te recibirá igual. Vayas solo o con Zaratustra, vales lo mismo. ¡Que bonito! ¡Que bonito!
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