

Los finales se presienten, son dulces, entran por el sublime vuelo de tul, entre las ventanas. El leve susurro te trae el espiritual presentimiento de un triste, a la vez que dulce final. Poder decir adiós a la tenaza que podía retenerte, salir del capítulo de la venda en los ojos, dejar atrás la posesión de un pensamiento desinforme, patán, dejar atrás el asfixiante alicate de la manipulación. Alguien dijo: «La belleza atrae, el ingenio fascina, pero es la bondad la que retiene…» Y tirando al río la botichélica pintura, no queda nada en la orilla, salvo un rictus de estupidez y un flojo esbozo que nada impregna, nada inspira, nada retiene, nada permanece..en el recuerdo. Es dulce y feliz el final, el tenue olvido que ni siquiera deja una sola huella. El adiós a la presunción, la estupidez, el recelo, la envidia, la mediocridad. El dulce y definitivo adiós indiferente, el adiós triste de cuando nuestra intención estaba cargada de generosidad, pero como dicen los psicólogos: «Decimos adiós a esa sensación de que siempre, hagamos lo que hagamos, nunca será suficiente». Decimos adiós al hierbajo insaciable, pretencioso y ruin, decimos adiós a lo imposible y ridículo desdén que nos desprecia, adiós a lo fantoche, a lo interpretativo de alfombra roja desteñida, adiós dulce y liberador.
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