
Los niños luciérnaga. De noche, los edificios lucen como panales iluminados, silenciosos, estancos, segregados, pero el bullir de la vida no cesa para nadie. Para Marta, que es muy sensible, la vida es como un salón de baile visto desde el techo, ordenado y caótico al mismo tiempo, todo bulle con un ritmo, pero se desconoce el fin último de cada experiencia y cuando está ansiosa le gusta apretar los labios y deslizarlos, el uno contra el otro, saboreando el carmín rojo hidratante que los rodea, y este gesto, repetido, que suele hacer de manera inconsciente, le ayuda muchísimo, como método de defensa psicológico, cada vez que percibe algo que no entiende o no le gusta y necesita huir de la realidad y de su propia vulnerabilidad. A Pedro Luis, a sus sesenta y cinco años, le relaja muchísimo acariciar a su coche deportivo, ritual que suele realizar siempre después de revisar los dígitos de su cuenta corriente, holgada desde el punto de vista financiero. Brian tiene ocho años, y cuando se marea en clase porque sus padres no le dan el desayuno por las mañanas para ir al colegio, se relaja levantándose a hacer el payaso, en medio de la clase. Alberto es de clase alta, es guapo, atlético y dulce, pero nunca se le ha dado muy bien controlar nada de lo que siente o pasa a su alrededor, así que para estudiar en la biblioteca de su centro de ocio de clase alta, esnifa una raya de cocaína al día, y así ha logrado no relajarse nunca, pero claro, cuando siente que no puede estarse quieto y que su pobre corazón está a punto de estallar, se relaja escuchando música, mirando al mar, para evitar el infarto. Y a Tomás, antiguo vividor y retirado casanova, aunque no tiene problemas, le relaja un copón de vino en cada comida, para conllevar aquello de que el pajarillo ya no es lo que era, con eso de la vejez y soportar al golfo de su hijo, que le ha salido casi tan vividor como alguna vez pudo ser él. A Estefanía le relaja pensar cuántos vestidos podrá comprarse este mes si deja de comer algo más y a Gustavo a sus cuarenta años y después de dejar a su mujer y a sus tres hijos por un ligue en Almería, le relaja pensar que siempre dispone de un buen vaso de whiskey y de alguna cuarentona desesperada por un poco de cariño, para llevársela a la cama cuando quiera, aunque lo único que prometa serle fiel a partir de ahora sea su inexorable impotencia sexual, que se manifiesta cada vez más asiduamente. Y así, Alberto, Tomás, Estefanía, Pedro Luis y Gustavo piensan que son deseables socialmente, pues todos aunque tengan más una ruina que una vida, pues el dinero les defiende muy bien sus pros y les suaviza sus contras cuando se venden, y a todos en su relax forzado y olvidadizo, se les descuidan esos oscuros puntos ciegos, esas miserias disimuladas, esas pestilencias insoportables….. ÁFRICA BARBAS.
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