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LOS TRES PELOS, por María Elena Moreno



Fue Cervantes quién dijo, «el que lee mucho y camina mucho, vive mucho y sabe mucho..» Yo he leído lo suficiente, he caminado lo necesario, pero como he vencido a la edad, creo que sé, aunque sea, para tener algo que relatar. Fue un día de tantos, en una mañana de tantas que yo acudía a mi trabajo. Ya había venido de tomar el café de la mañana, del cual yo no podía prescindir junto a mi bocadillo, y eufórica, con la alegría de ser adulta pero bastante joven, procuraba ajustarme a la jornada laboral, llena de obligaciones burocráticas a las que yo me sometía de buena fe, pues tenía un horario prolongado y como consecuencia de ello, las tardes libres y los fines de semana también. Ese día lucía un sol espléndido y sus rayos animaban la mañana, entrando su luz por las ventanas abiertas, frente al mar. Alguien me presentó a un nuevo compañero, que me saludó muy cordial, y por su pronunciación se sabía enseguida que provenía de la península. Unos días más tarde, firmando el control de horario a las ocho de la mañana, observé que estaban rellenas todas las casillas donde anotábamos la hora de llegada y rubricábamos con nuestra firma, unos ponían su garabato simplificado y otros el nombre completo, siempre dentro de un grafismo diferente cada uno, pero dentro de la normalidad. Alcé la vista, cosa que yo nunca hacía, pues siempre he ido a lo mío, sin exceso de curiosidad e importándome poco la vida de los demás, pero lo que vi en ese momento me causó una gran sorpresa. En la casilla donde firmaba el compañero recién llegado, había un dibujito que consistía en una cabeza en forma de huevo, dos ojos saltones, un bigote y encima de la cabeza tres pelos separados. Puse una expresión de asombro y me tentaba la risa, más me carcajeaba interiormente, que lo que yo daba a entender en mis expresiones que me hacía gracia. Enseguida pregunté que qué era aquello y alguien me dijo que no era broma y que ese compañero siempre firmaba así. Como pueden ustedes suponer, cuando me lo encontré por la escalera le pregunté si en el carnet de identidad figuraba con esa firma, a lo que él me respondió sacando la cartera y enseñándome su carnet, -sí, míralo, me dijo-. y lo volvió a guardar. ¿Y qué te ha dicho el Jefe cuando ha visto tu firma?, ¿no ha pensado que nos estás tomando el pelo a todos?. A lo que él contestó -Sí, me ha llamado a su despacho, me ha preguntado lo mismo que tú y le he enseñado mi carnet igual que lo he hecho contigo, me ha fruncido el ceño y se lo ha tomado a mal, pero aunque desconcertado, no ha hecho más comentarios y ha dejado que me fuera de manera cordial-. Luego tuvimos él y yo una conversación y me comentó que venía de un mundo libre, donde trabajaba en el mar, trasladando yates y otros menesteres y que le resultaba muy tedioso ser funcionario y que esa firma era la confirmación de lo que añoraba, y que se identificaba con ese machango pues era como se veía siempre, que su firma era original y única y que tenía todo el mundo que respetársela. Hablamos un par de veces en esos días y unos meses más tarde me vino a ver a mi sala de trabajo y me dijo que venía a despedirse, que se trasladaba de nuevo a la península. Me sorprendió que cumpliera su promesa y me felicitara con una postal en Navidad. No sé por qué, pero me hubiera gustado conocerlo mejor, la vida siempre nos deja frustrados e intrigados y rara vez conseguimos tener un grupo de amigos a nuestro gusto.

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