
Recorté en medio de la prisa sus artículos publicados sobre su pensamiento diario. Me gustó su ingenio y elegancia, tengo guardados los recortes, archivados en medio de la vorágine de la cotidianidad. Sentí que abandonara este mundo por motivos de afección pulmonar. Como grafóloga que soy, me detuve a contemplar su caligrafía, su última nota escrita dentro del hospital, pudiendo constatar su espíritu inquieto y atormentado. Su necesidad de comunicar, su autenticidad, su don de síntesis, sus dotes filosóficos. Mas, lo que me llamó la atención particularmente, es su alma de niño, su sencillez. Esto se constata por sus gustos dentro del coleccionismo. Un insinuante complejo de inferioridad, hacía que se volviera irónico y empleara continuamente su arma de sable afilado. Psicólogo de individualidades y de masas, sacaba mucho partido de su vulnerabilidad. De viva inteligencia, era sumamente sagaz y su secreta humildad, lo llevaba a explosionar, ridiculizando lo peor del ser humano, pues en el fondo sabía que había sido agraciado con talentos y creatividad, que le fueron insuflados desde el cielo. Bondadoso y alegre hasta el final, no soportaba ataduras y su sustrato fue siempre la soledad, que aunque compartida en su fuero interno, era su mejor amiga.
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