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MI CÓDIGO GENÉTICO por MELVIN ZAMORANO

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No tengo la culpa, pero un día de abril, dos personas normales me engendraron, y la fuerza de la primavera dotó mi genética con la casilla alegre de las flores y la agilidad de los pajaritos, y luego, la vara mágica de los santos del pasado, me dejaron los archivos neuronales, donde se forjó mi personalidad de acero inoxidable. Para disgusto de muchos, mis oídos quedaron sordos a las lisonjas y de igual manera a las palabras cáusticas del desánimo. Sensibles solamente mis trompas de «Eustaquio», a los sonidos de los que exhalan ternura, me convertí en una rara «avis» de comportamientos ininteligibles y nada interpretables. Algo parecido a un autismo impuesto por un fenotipo recalcitrante, capaz todo ello de ganarme los odios más pasionales, salvándome mi espíritu huidizo, mi carácter rebelde e individualista. Pero volviendo a mi propio código, poseo un genotipo de imanes solares que sumados a la luna llena, noches estrelladas y lácteas vías en las fieles bóvedas diarias y no sé qué movimientos planetarios, me convierto, en un extraño guerrero justiciero, que actúa en lo claro y en lo opaco, multiplicando de manera geométrica los poderes de la razón, y me visto con el traje de Hércules y me pongo la peluca que heredó la amante de Sansón y ahí que me lanzo a precipicios y me subo a las aviones del espíritu y me coloco el paracaídas de la resolución. Nada de esto exhibo y nada de esto se me ve, pero afirmo ser un monstruo que pasa desapercibido, bajo la vestimenta de un pequeño nomo de la vida misma, que se levanta a las siete y va a comprar el pan. (Semblanza anónima, escrita y encontrada en el baúl de mi bisabuela de apellido «Calandria») MELVIN ZAMORANO

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