
Cuestiono de manera caprichosa, que no todo término medio es indicio de virtud. La teoría del punto medio sólo es válida para situar el control de las emociones. El péndulo debe pararse en su oscilación, para señalar donde reinan nuestros deseos, iras y otros impulsos que nublan lo certero de nuestras miras y la consecución de objetivos. Nadie está un poquito embarazado, normalmente el que es un saco de inmundicia no sitúa en un punto medio sus pasiones. Las puede en su caso disimular, pero es cierto que la falsedad, el narcisismo, el egoísmo, etc. desembocan en la avaricia y la crueldad. Solamente los estúpidos son un «poquito bondadosos», lo normal es que la humanidad polarice de manera opuesta y separe lo bueno de lo malo. Los buenos se sitúan desde el amor desinteresado y llevan dentro de su talega, la sinceridad, la generosidad y la inocencia de » lo que sale de él.» Los buenos tienden la mano, siempre, y se colocan en el último punto del vértice de las buenas intenciones. El basura, acumula toda clase de escombros dentro del corazón. Ahí tampoco hay grados. Se reconoce a los buenos en lo nutrido de sus compañías, la alegría del corazón y la paz al conciliar el sueño. A los malos se les detecta por la pestilencia invisible que sale de sus fosas nasales. Por la picaresca de su visión, por la miopía con la que juzgan al prójimo, por su careta de cordero indefenso. Rasquemos la postura más lejana del péndulo, como su impulso indica, y al ser éste de mayor magnetismo que el punto central, volverá siempre al inicio del pozo, donde el fango, sustenta el remo de su incapacidad y donde su espíritu diabólico queda siempre al descubierto. Desgraciadamente, es en la vejez, la etapa donde se recogen los frutos de toda una vida, y aunque la generosidad de los mayores ha contribuído a la libertad de los retoños, es fácil acceder a la soledad no merecida. Mas, es en este tramo de la vida, donde si no hay verdaderos entramados de amor y de amistad, en medio de donde la polarización negativa hace sus estragos, es cuando la ausencia de méritos, como regla casi general, confina a los mayores a una segregación social y familiar, donde el balance contable de su vida, le margina, pues solamente se ama a los abuelos que nos han dejado una impronta, a los que se han implicado en la educación de los padres, los que luego intervienen en el legado intelectual de los nietos y su bagaje afectivo y bien orientado. Difícilmente, se rompe el plomo imantado, en el que se situaron sus egoísmos.
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