
El mundo internaútico, neuronal de redes a la carta, refleja casi idénticamente la psicología de las personas con la actividad de las mismas. Caprichosamente, se adaptan al mundo, al acontecer febril de las instantáneas de la palabra y de la imagen. La desidia aflora, cuando un individuo tiene miles y miles de impresiones en su página y ningún me gusta. La cero generosidad contrasta con el individuo que se queda una foto y como agradecimiento deja un twitter o un me gusta. El desquicie lleva al arrendador de una página a la codicia de obtener seguidores. Llevan la contabilidad como si de la vida real se tratara, traicionando al incauto que le sigue hoy, para dejarlo tirado mañana sin la menor cortesía. La lógica se va al carajo. Ni tu propia aritmética coincide con la realidad. Viejos, feos y desadaptados, nos escondemos bajo una estampa de glamuroso muro de lo que somos en el inconsciente. Los guapos exitosos y jóvenes no necesitan de publicidad. Ellos tienen el tesoro de la juventud y viven fuera del oscuro mundo que nos disfraza a los anodinos y frustrados. Sin embargo, las redes nutren al periodismo, la moda, la noticia resaltada, la sensualidad de la belleza del fruto a punto de madurar. Le sirve a los que necesitan el «me sigue» para su profesión efimeramente pasajera. Terapia de quienes no encuentran hueco en la vida real. Enfermos, insociables, lisiados y dejados de la mano de Dios, encuentran en su ordenador, la ventana que se les abre al mundo que sustituye sus anhelos, amores y realización personal, en los que me incluyo, más por timidez que por huída hacia delante. ¡¡Gracias Twitter. facebook e instagram, alegras mis días llenos de impotencia y ridícula adaptación al mundo frenético de sueños que queremos vivir.
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