¡Dios mío! a base de no ejercer en el amor hacia afuera, o hacia los más próximos, EL QUE SÓLO SE MIRA EL OMBLIGO, ha olvidado que el mundo existe. Para él todos somos bultos que vienen y van. A diario se recrea en su casa, su pareja, sus hijos y su jardín. Cuando se tropieza a alguien que todavía le habla, lo quema igualmente, hablando de los grandes progresos de sus descendientes, haciendo notablemente el ridículo, pues nadie ve como él las maravillas que atribuye a sus seres queridos. No dejando opción al contertulio/s a que ellos alaben también a alguien; se ofenden si no pueden seguir en la luna de Valencia, con el monotema, y el furor que ponen, resaltando a los ¡casi acierto si lo digo! sus engendros y energúmenos ANTISOCIALES Y FEOS COMO ÉL, ya que con esa aberrante educación ombliguera, no puede salir nadie encantador, ya que el ombliguerismo se hereda y con mucha fuerza. Olvidado de los preceptos de Jesús hacia el prójimo: Ante el «amaos los unos a los otros» Él entiende: ¡Amando sólo a los míos ya tengo bastante!, pero llevado al extremo de locura, pues lanza miradas fulminantes de odio a los vecinos e hijos de los vecinos. Todos por muy bien que nos hayamos portado o le hayamos hecho favores, los olvida de inmediato, ya que te está haciendo el favor de perdonarte la existencia y desde su misma mismidad, lo ofendes si lo miras para darle los buenos días y lo interrumpes cuando está absorto en los enagenados pensamientos que salen de su ombligo. Desde su yoísmo, práctica diaria, y su exaltación de la felicidad y el deseo de amar inconmensurablemente lo suyo, él cree que todo le va bien. A su manera es feliz y deseo que nunca se caiga de la parra, ni para arrepentirse, porque si regresara a la realidad, se aborrecería hasta la quiebra del yo. Sólo tiene una cosa buena «ama a su familia» porque otros ombligueros ni eso. MELVIN ZAMORANO
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