Solemos criticar el comportamiento de nuestros semejantes, sin darnos cuenta de que nosotros cometemos los mismos errores. Lo que más nos duele es que no nos tengan en cuenta, pero aprendamos a que directamente nosotros cometemos al día, un sinfín de incorrecciones y de fallos contra la urbanidad y la cortesía, exactamente iguales a los que estamos censurando. Hay a quién le gusta ser recibido con «honores» e insulta a quien no le hace el gran «debut» o no le rinde pleitesía al instante, pero desprecia seguidamente, a aquel, el cual le hizo muchos favores, negándole el saludo, sólo porque hay jerárquicamente en ese momento, otras personas hacia las cuales, sale corriendo, a dedicarle lisonjas y adulamientos, postergando e ignorando a los que sí se merecen la atención, comportándose como grandilocuentes de cabeza hueca y estúpida, ya que han utilizado hipócritamenta a quienes ahora evitan y obvian con frialdad hacia dichos semejantes, infravalorándolos y creyendo que son idiotas. Este tipo de fallos no tarda en resolverse devolviéndonos humillaciones más grandes si cabe. Esta forma de actuar debemos diseccionarla, para dentro del autoanálisis, ir cobrando la dignidad personal y la autoestima, de la que carece el fantoche social, que no practica la introspección, y mucho menos, la disciplina que enmienda nuestras acciones incorrectas y que si nó son observadas, nos convierten lamentablemente en simples caricaturas de nosotros mismos. Melvin Zamorano
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