Se casó por despecho y a la vez por interés. Era la primera pareja que la pretendía de buena posición. Los hombres que le gustaban nunca estuvieron a su alcance. Tuvo dos hijas, pero cuando le nació el primer y único varón, se remiraba en él día a día. El chico creció y poseía unos preciosos ojos azules, era atlético y además inteligente. De buen corazón, respetaba a sus padres y los quería. Su madre fué perdiendo ilusiones porque no amaba a su marido, convirtiendo a su aquerubinado y bello hijo en el centro de sus atenciones. Pasaron los años y aquel muchacho, de manera inconsciente, buscaba un referente parecido a su madre. Era perseguido por las chicas, se relacionaba con ellas, una y otra… Sin embargo quién le entendía plenamente y le colmaba de atenciones a diario era su admirada progenitora. Lo peinaba, le elegía la ropa, le aconsejaba con qué muchacha debía salir, sacándole defectos de inmediato a cada una de ellas, cuando el hijo se armaba de valor y le presentaba a alguien que le gustaba más que las demás. Héctor, así se llamaba, comenzó a tener crisis de ansiedad, entre depresión y depresión, psicólogos y psiquiatras… terminó sus estudios, llenando a su madre de orgullo. Su hijo seguía a su lado y eso era para ella lo más importante, pues nadie -decía – le llegaba a su bello efebo a la altura del zapato. Para evitar que su madre dejara de hablarle y estuviera de mal humor, Héctor se fue distanciando de sus parejas. Su madre, por fin consiguió lo que quería, tenerlo solo para ella. Un hijo solterón, triste y amargado, que incluso comenzó a beber y a degradarse poco a poco como persona. Primero murió su padre, después su madre, a la que cuidó con esmero. Se casaron sus hermanas y se quedó solo. Ahora Héctor ha intentado buscar una compañía, pero ha sido demasiado tarde, pues viejo, sin salud y sin trabajo, espera la única visita de una hermana, que después de su trabajo, a veces, pasa a llevarle algun plato caliente y hablan un rato. Por lo demás, se ha convertido en un desadaptado que no se encuentra bien en ninguna parte, y piensa con su buen corazón, que «ella» lo está viendo desde el cielo. Melvin Zamorano
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