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PINO NARANJO .- VÍCTIMAS DE LA BUROCRACIA

  • radiogaroecadenase
  • 7 may 2016
  • 4 Min. de lectura


VÍCTIMAS DE LA BUROCRACIA Si echo la vista atrás, siempre hay una cola o fila, lo mismo es…, colas en definitiva de seres humanos, desde las clases más elitistas hasta las más desfavorecidas, nadie escapa. Colas de la miseria o colas de los afortunados, con el común denominador del descontento, a nadie le gusta pasarse una mañana en papeleos varios, casos… de los más diversos… hasta para demostrar que no te has muerto, equivocaciones así o parecidas haberlas haylas, y no digamos cuando te llegan multas de un coche que no es tuyo, y sigue y sigue una cadena de errores que el afectado tiene que demostrar de forma inmediata por su bien, ya que en estas ocasiones eres considerado culpable hasta demostrar lo contrario. Como la capacidad de aguante del “homo sapiens, sapiens, sapiens”, es como el chicle, que se estiiiraaa y no se rompe, soportamos lo que pensamos inadmisible, hasta que llega la línea de “aquí no se pasa” entonces el “homo, tres veces sapiens”, bañado de dignidad, para en seco todo abuso. Se empieza desde la más tierna edad con la útil disciplina de la fila, para entrar en la clase, allá en la infancia, como si ya nos preparáramos a lo por venir. Y así llegamos donde ahora.., cola para certificados, D.N.I. o yo qué sé…, porque hay muchas y de distintos tipos… No cabe el olvido, inaceptable, casi está penado con la repulsa o con multa y si me apuran con algo peor. Luego está “la fecha clave”, hasta el día X ¿pero no te has enterado?, la cara pálida, con la boca entreabierta y los ojos saltones, contestan (¡son tantos los papeleos, las fechas límites..!). Aciertas a preguntar, si el día “X” en el que expira el plazo, es inclusive o exclusive. Aliviada oyes el “inclusive” y allí al alba te presentas, coges el número de un aparatito rojo igual al de los supermercados: 74, pone. No ha amanecido y ya tienes 73 personas delante. Ahora son las 9 de la mañana, van por el número 27, de un día gris, luce el sol, pero lo veo gris, llevo todo los papeles: el carnet de identidad, fotocopia de no sé cuántas cosas que tengo apuntadas para no dar oportunidad al despiste. Esperas estoicamente hasta que llega tu turno. Suspiras profundo, enfrente una mujer de mediana edad que no levanta la vista ni por un momento, habla como si fuera una grabación pidiendo documentos, su voz delata malhumor, las hay simpáticas o simpáticos, a mí me tocó la que “no lo era”, a continuación va reclamando los papeles que te sitúan como habitante del país, sigue la voz autoritaria, anodina. Siento alegría, cada cosa que pide la entrego aliviada una a una. Pone un sello con toda su fuerza, como si se desahogara con la hoja, suena el “pum”, éste se lo queda usted, “pum” éste me lo quedo yo. Sigue el redoble de tambor. De súbito, un frenazo lo cambia todo. – Le falta la fotocopia del carnet de identidad. Ves la fotocopiadora detrás de ella, detrás de ti una inmensa cola angustiada porque el reloj camina inexorable hacia la hora del cierre. Buscas en el bolso, la bolsa, el enorme saco que un día encontraste “monísimo” y hoy se te antoja un armatoste donde se encuentra de todo menos lo que buscas. Frente a mí, la funcionaria (último escalón de un sistema administrativo, ya desfasado pero en uso), imperturbable, con la aureola de la fotocopiadora a tiro de mano. -¿Puede sacarme usted la fotocopia, por favor?, ¡lo más increíble es que la hice, lo recuerdo perfectamente! Si es tan amable, se lo agradezco,- pido porque nunca suplico, la súplica es contraproducente. Además, va contra mis principios y educación, solo sirve para reafirmar al contrario en la negativa. – ¡No!,- seca- si tuviera que estar sacando fotocopias a cada uno que viene,- alza la voz,- ¿usted me entiende, a mí?- se señala con las dos manos el corazón,- ¡solo me faltaría estar sacando fotocopias a todos los que pasan por aquí, se imagina…!,- menea la cabeza en posición “no, no”. – Dos calles más arriba tiene una librería donde las hacen. ¡El siguiente!-, brama. – ¡Espere, espere, lo traje en este bolso!,- miro el triángulo de las Bermudas,- busco…, rebusco, ¡nada! Bien…¿puedo dejar los papeles aquí y no hacer cola otra vez para entregar la fotocopia? Abre las manos, con las palmas hacia arriba, exasperada se encoge de hombros – ¡A la una se cierra! Yo,- por primera vez me mira,- no me hago responsable, ¡esto no es un almacén! Corro, corro como una posesa, si me hubieran cronometrado el tiempo, quizás, solo quizás, hubiera batido un récord de velocidad. Con la fotocopia en la mano alzada, llego a la una y tres minutos. Veo la ventanilla cerrada, con el nudillo toco con suavidad, una, dos veces tal vez…, juro que no tres. Un dedo, solo un dedo del interior en posición vertical, alerta al seguritas, que se dirige hacia mí con evidente mal humor. – Usted no puede hacer eso, no ve que está cerrado. ¡Esto es una alteración del orden público! Con la desesperanza en el rostro marcho de allí, de donde las caras grises de miradas grises… Con el cansancio de todos encima, me siento en las escaleras de aquel edificio igualmente gris o al menos me lo parece, cojo la carpeta para meter la dichosa fotocopia y allí delante de mis ojos veo la otra fotocopia del D.N.I., ¡la tuve delante!, ¿cómo no la vi?, ¿cómo no la vio, “la otra”? No quiero dar más vueltas a un tema que no tiene más vueltas. Escucho el descontento de los demás, las quejas de los demás, alguien habla del chip del perro, el chip…,- pienso harta, aburrida. – ¿Nos van a poner un chip? Pino Naranjo @OPINIÓNPino_Naranjo

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