Me despertó Argelia y yo le dí con el pié, mientras ella me ponía las botas, tenía cara de sueño, pero yo como todas las niñas de cinco años, era cruel cuando me despertaban a las seis y media de la mañana. A ella en aquellos tiempos las llamabamos «la criada», aunque mi madre sabía mandarlas, digamos que las trataba bien. Trabajban en casa, hasta que encontraban otro sitio mejor o sus novios se casaban con ellas. Mi madre me daba el desayuno y a veces, de los nervios porque se escapaba la guagua, me vomitaba. En la clase una compañerita que nunca se me olvida su cara, se llamaba Maria Jesús, se me acercó mucho y medio sonriendo, mostrando madurez de profesora, aquel casi bebé me dijo, ¿donde está la goma? ¡ah! te la has comido y a continuación dijo, bueno no importa, me sonrió como una madre y luego se entretuvo en otra cosa. Al rato un revuelo, una monja estaba desnudando, en un cuarto vacío, a otra niña, para vestirla del revés y enseñarla luego a todas para que se rieran de ella, esa era la manera en que aquella estúpida enseñaba a las mini alumnas, a ser buenas. Mi madre me dijo, la profesora del grupo A se va a casar con tu tío y como ya sabe quien eres, seguro que te va a saludar. Desde el grupo B se veía a la profesora del A, de lejos. Me llamaron, y me dijo tu eres Mirellita ¿verdad?, y sin más explicaciones empezó a dictarme cifras, de números cada vez más difíciles, y no salía la muy tonta de su asombro, pues por lo visto, era la primera vez,que ella, había encontrado a alguien tan pequeño, no equivocarse con las cifras, se le fue pronto la curiosidad y luego me saludaba a distancia, pero nunca más se me acercó. Pasé al siguiente curso y una vez allí, dijeron en alta voz: ¿Que niñas quieren aprender solfeo y tocar el piano?, yo levanté la mano y me empujaron hacia una habitación, donde faltaba la luz, y una energumena vieja y fea, aporreó las teclas del piano y sin hablarme, aquella sesentona horrorosa integral, hizo que yo sintiera por primera vez la indiferencia cruel y abominable hacia mi persona. Le cogí tanta manía al solfeo, que ya nunca más me atrajo como actividad. Aquella retrasada mental no me había preguntado ni mi nombre. En ese momento yo tenía seis añitos. MIRELLA
PUER-PUERI capítulo 1
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