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RECORDAR, VOLVER A VIVIR por Mª Elena Moreno

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jhdr_vivid jhdr_vivid El sabor lácteo, entre lo inconsistente por lo rebajado, sin nata, sin grumos; rico por lo fluido, pausterizado, que pasaba directamente a nuestros estómagos de niños remilgados, nacidos en cunas con sabanitas terminadas en festones de croché. El líquido lácteo que se mezclaba con cacao unas veces, polvos de fresa o vainilla, otros. Todo ello se descargaba en todos los colegios de pobres y ricos, envasado en botellitas con etiquetas que decían Celgán o Iltesa. Materia de alimentación reforzada que venía ordenada por mandato del Estado. Entre el 69 y 79 muchos niñas y niños pasamos por los Rayos X dentro de la campaña de detección de la tuberculosis infantil. La prevención y medicación a los adolescentes que daban positivo ante las masivas pruebas practicadas en la totalidad de las clases. Eran adolescentes que soñaban con vestir a lo Twigui las niñas y a lo Beatles los niños; muchos de ellos románticos, longuilíneos y rumiando melodías con la mirada perdida y el ritmo en el corazón. Profesoras y religiosos/as, morbosos unos, curiosones otros, buenos y equilibrados unos, frustrados y obtusos otros, que nos hacían repetir una y otra vez los verbos, las tablas de medidas y conversión, el algebra y la filosofía. Preocupados todos por la ortografía, nos formaron y forjaron para afrontar la vida de estudio y de trabajo. Largos discursos de moral, un tanto reprimidos y obsoletos. Pero me consta que no lo podían hacer mejor. Más tarde vino la química, la física, el latín y el griego. Las escapadas a la biblioteca para estudiar el arte antiguo y moderno, dinteles, columnas, estatuas y desnudos con la medida aurea. Miguel Angel y sus frescos, Santo Tomás y sus Vías, el alma, la ética. Toda nuestra generación tenía base ortográfica, nada que ver con los que, por ser abandonados del rigor educativo, hoy escriben cometiendo verdaderas catástrofes sobre el papel o los escritos en los programas de Word. Se han derruido las embotelladoras de leche envasadas en plástico. Se ha extinguido una época con olor a leche cortada, a cáscara de mandarina, a castaña asada en cucurucho de papel. Se han difuminado un tiempo de éticos valores, de acceder a lo necesario sin lujos, y aunque no estábamos subidos a la vanguardia de los primeros mundos, todo apuntaba al progreso de la investigación, la recuperación de talentos, el destape de cuerpo y lenguas, los primeros novios, la inserción de tintes democráticos, la boda, los hijos, y ahora: Tanto de lo mismo, la vuelta atrás, la inseguridad, la poca solvencia de la sociedad, la separación de clases, el regreso de la figura de los peones de la vida, que no del trabajo, el aumento de la delincuencia, el enriquecimiento sin ética que son los «honrados de ahora» porque dan propinas, obsesos de la marca, el envoltorio, el glamour, fanáticos de vacaciones, de la vuelta al mundo en 80 días, de lujos y oropeles mil. Lo que se borra y se cuenta de la historia prevalece, es la voz de los que escriben, de los que recuerdan y vuelven a vivir.

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