
Silenciosa e íntima Navidad. Por Elena Acosta Por fin y a pesar de nuestro desánimo, este turbulento año llega a su fin. El solsticio de invierno, con sus auroras y su quietud, marca el ritmo de la despedida con la caída de las hojas y sus bajas temperaturas nos susurran con viento gélido. Pareciera que este año, un frío real y poderoso se hubiera apoderado de las fiestas, una Navidad glacial marcada por las restricciones, las distancias, las añoranzas, los anhelos. Quizá la frialdad extrema que nos impone la cautela y la precaución por proteger a nuestros más queridos allegados y a nosotros mismos, nos ayude a comprender que, de verdad, estamos interconectados y que inevitable y desesperadamente, nos necesitamos, unos a otros. La incertidumbre atroz, el temor y el apesadumbrado dolor de las pérdidas y el agotamiento feroz debido al esfuerzo para conllevar los sacrificios de esta dura y terrible pandemia, han lacerado nuestro ánimo como los injustos látigos castigaron la inmaculada espalda de Cristo. Quizá el mensaje cristiano de la Natividad llegue realmente a nuestros corazones de manera sutil y silenciosa, a través del vehículo de la emoción, que nos producen los mensajes atentos y cálidos de quienes nos aman en la dura cercanía y en la gélida distancia. Quizá todo este sacrificio nos haga valorar más lo poco y bueno que tenemos, olvidando así los valores tan superficiales y fatuos que impregnan nuestra cotidianeidad. Quizá por fin nuestros corazones comprendan que somos todos iguales ante la adversidad y que el respeto a la naturaleza, al orden a los demás y a nosotros mismos es vital para nuestra supervivencia como especie. Por eso, y nunca antes, con más ilusión y esperanza, esta íntima, silenciosa y reflexiva Navidad, nos debería acercar más que nunca al verdadero mensaje solidario de amor, paz, alegría y ausencia de deseos vanos. Y que en el nuevo período que nace ahora luminoso y esperanzador, en medio de la oscuridad, como lo hizo en su día Jesús, una noche en Belén, nos sirva para pintar con coraje y valentía un nuevo paisaje de verdadero amor y paz, en un lienzo más consciente, más ecuánime, tomando grandes decisiones y aventurados riesgos, como lo hace el pintor cada vez que desliza el pincel sobre el blanco lienzo, a riesgo de dañar su sublime obra. Que así, nosotros seamos más respetuosos y mejores en nuestra humilde cotidianeidad, con nuestros allegados y con nosotros mismos para no dañar nuestra querida Madre Tierra, inmerecido regalo divino. Mis mejores deseos para esta Navidad y un nuevo y mejor Año Nuevo.
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