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SIN SER PRINCESA, ACUSO LAS MOLESTIAS DEL GUISANTE , por María Elena Moreno.

Actualizado: 21 abr

Hans Christian Andersen, me ha hecho con su cuento infantil de "La princesa y el guisante" darme un patrón de análisis, para auto-psicoanalizarme, pues son muchos los guisantes que me hacen sentir molesta, pero al igual que la princesa, me quejo, pero no salgo corriendo, no siendo mi final feliz como el del cuento, me siento identificada, no tanto por la trampa tendida del guisante bajo los colchones, sino por la sensación de incomodidad de tener los guisantes debajo de los goma espuma y edredones de mi cama.

Señores y señoras o señoras y señores, (las mujeres por delante, pues no quiero ofender a los fanáticos de la "igualdad") que como dice Millán de Martes y Trece: "que igual da". Son muchas de vuestras mercedes, las que me producen demasiada incomodidad, hiriendo mi defectuosa sensibilidad de sentimentaloide compulsiva, defecto que no he podido corregir a lo largo de mi vida. Pero es que las miradas de arriba a abajo que se anteponen a un encuentro afectivo y "saludable" entre conocidos, el gruñido hostil en el "quítate tú para ponerme yo", el: ¡hola, cómo está! sin esperar la respuesta, el pedirte algo siempre que alguien se acerca, aunque no tenga confianza contigo, el preguntarme a menudo que cómo estoy de manera inquisitiva, como si por haberse enterado de mis enfermedades, pensaran que estoy avocada a una muerte inminente, mirarme como extraña a quien siempre mostré cordialidad, la risa que puedan causar mis defectos, el considerarme de afuera, aunque soy de adentro, etc., etc. Son guisantes difíciles de soportar, y yo les pregunto, querido lector que me estás leyendo, aún ocasionalmente, pues te pregunto, te molestan o duelen a ti también esos guisantes o has tenido la suerte de que ni los has notado bajo tu colchón.

Mira que no te hablo de vampiros como el mosquito hembra, mira que no te menciono a la mosca cojonera del verano, tampoco te hablo del conciudadano preguntón, tampoco te menciono al psicópata narcisista lleno de hostilidad, sólo me refiero a la ligera protuberancia de un pequeño guisante bajo los algodones y resortes del diván o lecho, donde a veces nos cuesta conseguir el sueño, como tantos y tantos heridos por las secuelas que me dejan en el alma los abruptos accidentes cotidianos.



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