
Talita tiene un malage, me dice que la ayude a suicidarse, que no quiere sufrir, no quiere ponerme en un compromiso, solo quiere que le dé ideas. Y yo le pregunto -¿por qué? -porque ya no puedo más. -¿Sí? le digo yo, ¡cuenta, cuenta! Y ella comenzó su terrible relato: Me robaron el bolso, por el procedimiento del tirón, caí al lado de un contenedor lleno de cristales, me clavé unos cuantos en la rodilla; como todo el mundo estaba en horario de trabajo, en mi edificio no entraba ni salía nadie de él, con lo que me tuve que taponar la herida yo sola, hasta que la funcionaria de correos o sea la cartera, me llamó a una ambulancia, pues yo sabía que en mi casa no tenía botiquín con remedios, para tan honda herida llena de cristalitos. A los dos días, saliendo de la academia de idiomas, me apretaron en «mis partes» y salieron corriendo, eran dos, que desistieron, porque asomó por la esquina, una señora mayor, que iba a tirar la basura; no había pasado un día, las llaves de mi coche rebotaron en mis manos de manera demoníaca y fueron a parar a una zanja, de la cual, en lo poco que pude peinar, pues me dolía la rodilla, no apareció nada. Me apañé para buscar ayuda en un amigo que me mandó mi hermana, pues ella no encontraba taxi y él me recogió en su moto. Cuando pasé por la cafetería donde suelo desayunar, mi acompañante de los fines de semana, se estaba morreando con una… -¡Por favor Melvin! ¿Que hago? -Pues no hagas nada, peor fue cuando me dejé un maletín olvidado en un bar, lleno de dinero y documentos, que me había confiado mi jefe, y ese mismo día unos «jediondos» me robaron la radio del coche, las herramientas y las jaculatorias que me ponía mi madre en la guantera, para que me protegiera de todos los males. Lo único que me salvó del suicido, fue lo enamorado que estaba de mi novia y quería volverla a ver. -Yo no estoy enamorada. -¡Busca algo! Algo bueno que te haya sucedido. -Quizás me viene a la mente, mi gato, que tiene un ojo verde y otro azul, es un copito de nieve y no quiero que se muera solo en el apartamento. -¡Demuestra que tienes cojones, Talita, y no te mates, ¡no vale la pena! y más ahora, que según me has contado, vas a recibir la herencia de tu abuela…¡Anda cuelga y déjame!, que hoy me toca limpiar el baño y en casa me llaman ¡Don limpio! y no quiero desilusionar a los que confían en que soy un verdadero «chacho».
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