
A duras penas frené mi alegría, a duras penas, medía centímetro a centímetro de tu libertad, para observar tus prioridades, para esperar una iniciativa, un gesto de apego… Y en ese desaparecer y estar en la última fila del tablero, desde la vigilancia más respetuosa y distante, pude comprobar día a día, tu indiferencia, y la total ausencia de lealtad. Capté la burla, la frialdad y la traición. Intuí, no sólo el desamor, sino todo lo opuesto a un sentido de la amistad entre nosotros… No existía, era una hoja del otoño, agitada en la ventisca y humedad del rocío, en el amanecer solitario de una aldea abandonada. Pero, esa pobre hoja, ya casi podrida por la intemperie, era consciente de su ciclo desfavorable, de su poca vida, de su espacio residual, era certera en sus pensamientos y aún así, la hoja, rescatada por el destino, luce disecada en el libro de la sabiduría, entre maderas perfumadas, cerca de la luz y del calor del hogar, perteneciendo a unas manos fieles y amorosas, y a un espíritu aristócrata, que nunca se muestra, sino cuando reina la humildad.
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