
Eres muy afortunado, si todavía tienes tiempo para desempolvar ese libro que quedó olvidado…, es como volver a adquirirlo, como un regalo volverlo a encontrar, releerlo y a la vez recordar, cuál era la instantánea, la estampa del ambiente que te rodeaba, cuándo lo leíste, las personas presentes en aquel momento, las cosas que te daban el confort. El edredón rojo y negro, el sofá, donde se subía la querida gata negra llamada Mozart, la cual, encontraba su hueco preferido entre el cojín y tus pies. Tras la ventana, el iluminado escaparate de la dulcería de enfrente, donde adquirías el huevo hilado que tanto te gustaba por Navidad. En la mesa del comedor, un manoseado cuaderno emborronado a lápiz, donde tu hija hacía los deberes de geometría. Las voces y algarabías siempre familiares, el teléfono casi siempre sonando a destiempo y el nunca bien recibido tono del portero eléctrico que siempre desentonaba, interrumpiendo la paz del hogar. Pero era sin duda, lo más importante, el estado de ánimo, el modo cálido donde se encuentra nuestra alma en vacaciones, y el pensamiento posado en unas palabras, un sentimiento que nos motiva, pues evoca a alguien a los cuales pertenecen. El futuro ganado con el esfuerzo de ayer y la ilusión que ponemos en el mañana. Saludables pretensiones en proyectos que sabes que son factibles, pues incluyes en ellos tu propia plétora y lo más satisfactorio, la seguridad que ejerces en tu imaginación, tus experiencias y tus mentales diseños. Cuántas son las personas, que con su amor, te han lanzado hasta aquí, de cuántos hemos aprendido. Puedo recordar los que me han inspirado, los que he amado y querido, amén de todas las motivaciones que experimentamos ante la comunicación y el diálogo, con los que compartimos horas de intimidad. Los que hemos elegido, partiendo del auténtico elitismo, el que define a los cultos, humildes y sencillos, sin excesivos apegos y muchos tesoros interiores que desgranar hacia los demás.
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