
Tuve navidades llenas de cariño, siempre en mesas familiares con las mejores exquisiteces del mundo, obviamente comida navideña cocinada por mi madre. Viví las fiestas navideñas con los mejores regalos, sencillos, pero elegidos con amor por la persona que mejor me conocía. Siempre estrenaba ropa por La Epifanía del Señor y mi salud y felicidad añadían los ingredientes de reconocerme a mi gusto. Pasé navidades de ensueño, y con «sueños» lo mejor que puede pasarle a un adolescente. Los momentos más felices en la navidad, los constituían los adornos aristocráticos heredados por mi padre y mis abuelos, breves reminiscencias que quedaron después de que mis revoltosos hermanos rompieran muchos de ellos. El sofá y la lampara donde leía, mi medalla «art nouveau» colgada en mi cuello, mi primera estilográfica sheaffer con plumín de oro, regalo de mis tíos, y la seguridad de haber recibido un código genético similar a un Mercedes Benz, me hacían creer en mi propia eternidad. Y cuando me daba cuenta de que la muerte existía, me daba igual, pues al tener higiene mental y un fondo bondadoso e ingenuo, pensaba tendría una parcela en el cielo con el Niño nacido en el pesebre, el cual se rememoraba en mi pequeño portalito, que yo personalmente colocaba cada año, sobre la gramola Normende, un regalo a mi padre de mi abuelo. Allí en el tocadiscos donde se encendía una hermosa bombilla cuando abrías su seno derecho, pues el izquierdo era donde se ubicaba una perfecta y hermosa radio con un espacio para almacenar los LP y singles donde escuchaba villancicos, serenatas, rockanroll, a Mario Lanza, bandas sonoras, -que finalmente jubilados- dieron paso a la música Los Beatles, Los Rolling, Los Zepellin, etc. Tuve infinitas Navidades en familia y en pareja. Pero las Navidades con mi bebé y el contemplar su desarrollo fueron sin duda «las más felices» y daba gracias a Dios todos los días por ese ser tan perfecto que el Supremo me había regalado. Nunca fuí feliz del todo, pues por Navidad, todos los medios de comunicación, te recordaban la otra cara oscura de los sin techo, los países en guerra, los pobres, los marginados, los encarcelados, los enfermos y, frente a la cabalgata tradicional de Los Reyes Magos, la recogida de juguetes, la comida del Papa a los pobres en Noche Buena….Nada, que eso me mantenía en la dolorosa nostalgia y la torpe impotencia… Por Navidad, las entrañables felicitaciones de cerca y de lejos, las luces y escaparates, la sonrisa gentil y los besos y abrazos, solían hacerme feliz, frente a las caras contraídas de los siempre refunfuñones, incrédulos y desadaptados que se muestran alrededor de nosotros como profetas anti-cristo, para robarnos energía y arrebatarnos lo poco que pueden de nuestros momentos felices. Hoy y a pesar de todo sigo viviendo significativa y determinantemente mi íntima Navidad.
Comentarios